martes, 15 de febrero de 2011

La última botella

Llevaba años sin aparecer por su pueblo. Durante ese tiempo había vivido casi todos los estímulos que le podía ofrecer la gran ciudad. Cuando regresó -sólo para una semana, en agosto- sentía que cualquier amorío posible se había quedado, para siempre, dormido en el pasado. Las muchachas a las que amó paseaban ahora con sus maridos e hijos por las mismas calles donde él caminaba esa noche, para cenar con un amigo de la infancia, con el que hablaría sobre estas disquisiciones sentimentales. La comida acabó antes de acabar el vino. La conversación se entreveraba con el alcohol, hasta que sólo quedaba la última botella del mismo buen caldo de la cena. Justo en el momento de la deliberación ("la abrimos o no"). Apareció ella, junto a otras personas. Se conocían levemente, "de vista". Entonces la conversación tomó otros derroteros: los de su sonrisa, su figura, su mirada... El resto de voces quedó para él sin sonido, y se olvidó de la botella... Después de aquella noche no hubo más contacto entre ambos... Ahora, siete meses después, él ha vuelto al pueblo. Y no hay otra cosa que desee más que descorchar esa botella con esa mujer. Esa botella o cualquier otra. Pero no sabe cómo decírselo. Quizá la gran ciudad, y todo lo vivido en ella, le ha restado algo de la ingenuidad con la que amó a aquellas muchachas en las calles de su pueblo... ¿Qué harías tú en su lugar?

8 comentarios:

monica dijo...

Es curioso como paisajes de sobras conocidos por uno mismo, como el del pueblo natal de este individuo, de repente, se pueden transformar gracias al efecto efervescente de una presencia, en este caso, femenina... A veces uno cree que la vida, su propia vida, ya ha dado las vueltas suficientes como para no verse sorprendido por lo que vendrá después, como si ya no hubiera lugar para que ocurriera algo inesperado, que escape a su control... Y ahora, después de siete meses aún siente revolotear mariposas en el estómago con solo pensar en un posible nuevo encuentro. Yo creo que ese impulso, nuevo y viejo a la vez, es suficiente como para que el protagonista se decida a dar un primer paso. No hay nada como revivir la sensación de ilusión que provoca una persona en uno mismo. La ingenuidad sería eso, tropezar de nuevo con la misma piedra del haberse vuelto a enamorar.

Manuel Correa dijo...

Estimada Mónica. Creo que tienes toda la razón en lo que dices. Especialmente en los epítetos "nuevo y viejo a la vez" para esa punzada que es la ilusión. Pero... La cuestión -en esta historia propuesta- es CÓMO hacérselo saber a ella, dadas las circunstancias. Dicho en basto: "CÓMO entrarle"...

Anónimo dijo...

Sin miedo de salir, lo cuál significaría el triunfo, entrar es lo que temo. Debo descolchar el otrora encuentro de pasión, pero… ¿cómo encarrilar la salida si no entro? Entre tanto pensamiento, el segundo minuto va camino del tercero humillando mi osadía, dando escape a esta torera vergüenza perdida hace días, gramo a gramo, y van un ciento, mi maravilloso valor, todo un río de valentía. Qué injusticia la de este mudo callejón, cuando jamás se me resistiera frase o razonamiento, mas ahora sin aparente razón, hay palabras confinadas que entre rejas siento que encierro ¿hará de carcelero el amor?

MT

Manuel Correa dijo...

Estimad@ MT: parece que hay una herida en tus palabras. Aunque, en mi humilde opinión, la salida no depende de la entrada, ni siquiera de su existencia. Según lo entiendo, uno debe encaminar sus pasos hacia donde uno mismo decida. "Alegría es sentir/el alma siempre viva/y nuestra" (del repertorio de Enrique Morente)... Los cientos de gramos de valentía que -según tú- has perdido entre que entras o no (pensando, incluso, ya en una posible salida) son regenerables, pienso. Nuestro protagonista QUIERE, DESEA entrar. Pero no sabe cómo hacerlo... Y aún espera una respuesta. Quizá esté entre tus palabras. Quizá no sepa (o no quiera) leerla entre líneas. Por eso sigue esperando respuesta a su disquisición...

monica dijo...

Sólo hay que acercarse, mostrar interés, hablar con ella! Preguntarle por su vida, mirarla a los ojos de vez en cuando, sin atosigar, y sobretodo: hacerla reír... Mostrarse natural y ser sincero, suele ser una buena opción.

Aunque, de todas maneras, es más que probable que ella ya lo sepa, y que no hagan falta demasiadas peripecias ni recetas mágicas para entrar en dónde, probablemente, él ya se encuentre.

Manuel Correa dijo...

Estimada Mónica: seguramnete nuestro protagonista agradecería lo concreto de tus comentarios, pero... Quizá lo que comentas pertenezca a un "estado ideal de cosas"... Como ya sabrás,las historias aquí propuestas rara vez se ajustan a "situaciones idóneas". En este sentido, debes saber que: ella no suele salir de noche, él no sabe dónde trabaja, ella no tiene facebook, él -obviamente- ha indagado, y sólo ha conseguido un número de teléfono, el de la casa de los padres de ella... ¿LLamarías tú sin ni siquiera saber si ella conserva el mismo recuerdo de aquella noche? Y si te atrevieras a hacerlo ¿Qué dirías exactamente?...

monica dijo...

Vaya... todo eso complica bastante la situación.
Seguramente, yo no llamaría a ese número. Le daría muchas vueltas, eso sí: llamo, no llamo... Pero llegaría a la conclusión de que quizá habría que esperar a que el azar nos volviera a proponer otra situación parecida. Pensaría en lo absurdo del destino, lo azaroso de la vida. Pensaría en las historias de Paul Auster, y sus reflexiones en torno a las casualidades. Y también pensaría en que quizá, con algunos años menos, sí que me hubiera atrevido a llamar, tal vez por tener menos sentido del ridículo y más osadía juvenil...

Lo que también creería es que, a pesar de todo, aquella no sería la última botella para mí, que vendrían otras. Y aprovecharía esa sensación de flechazo furtivo para añadir a mi colección personal de momentos emocionantes, no...?

Manuel Correa dijo...

Estimada Mónica: sí. Eso es seguro: añadir una emoción más a la lista de las que hemos de vivir en este mundo me parece de lo más sensato, inteligente e interesante, todo a la vez. Observo que hay personas que, en cambio, son más proclives a engrosar una lista de fracasos si la cosa no llega a nada... Y sobre las casualidades y el azar, pues... En toda buena historia se deben evitar, al menos en mi opinión (el maestro Auster las usa como elemento, pero no fía la solidez de sus relatos -creo- en las casualidades)... Como siempre, certeros comentarios los tuyos!